Estaba atado al cuenco de una olla gigantesca. Ahí venía el agua, transparente y pesada, agua a chorros. Pronto sintió ahogarse.
Qué se iba a morir si el respiraba bajo el agua.
Conoció.
-Buenas tardes señora Burbuja.
-Muy buenas, mi pequeño extrañete.
-¿Qué le trae por estos rumbos?
-El aire que esta cabrón.
-Ya que anda por acá, ¿si me hace el favor…?
-¡Que pasó muchacho!
-De desatarme, digo.
Fue libre ahí dentro.
-¡gracias!
Y subió a la superficie que lo llamaba